Evolución de las entidades geográficas

Desde el punto de vista de la geografía humana, el espacio geográfico no es ni continuo, ni homogéneo. Entidades geográficas distintas puede ser identificadas por duraciones más o menos largas, por ejemplo, las ciudades, las regiones, las redes, los Estados… Representan concentraciones de actividades de dimensiones muy diferentes, o conjuntos de lugares donde las condiciones de vida son desigualmente homogéneas y favorables para los habitantes. Sus límites pueden ser políticos o administrativos, o corresponder a una discontinuidad en la distribución espacial de caracteres socioeconómicos. Ellos tienen rara vez límites netos, sino que son muy a menudo fronteras fluidas, o bien la transición de una a la otra se efectúa por un gradiente continuo, como en el caso de las estructuras centro-periferia.
Estos objetos geográficos están caracterizados habitualmente por un grado elevado de conexión interna entre los lugares, y por una persistencia bastante duradera de las redes formadas por los flujos de personas, de materia y de información, que les dan forma. La distribución recurrente de estas interacciones espaciales, muy a menudo materializada en redes de transporte y de comunicación, articula procesos sociales que operan a diferentes escalas de espacio y de tiempo. El acoplamiento de las escalas de tiempo y espacio determina generalmente la extensión espacial de los objetos geográficos. Por ejemplo, las ciudades pueden ser asimiladas a estructuras locales con cierta intensidad de los desplazamientos cotidianos, mientras que a escalas más vastas los Estados-naciones pueden ser considerados como el producto de redes de interacciones sociopolíticas, algunas veces multiseculares. En las escalas geográficas intermedias, las concentraciones de actividades específicas ligadas a la difusión de los ciclos de innovaciones económicas (o culturales) pueden dar lugar a especializaciones urbanas o regionales que duran algunos decenios, y que resultan de la valorización de la ventaja inicial o comparativa de algunas localizaciones. En el pasado, estos procesos, más lentos, de difusión más restringida, que operan con una duración más larga, han constituido, por ejemplo, las regiones de paisaje rural homogéneo.
La intensidad de las conexiones y las interacciones está ligada a la interdependencia funcional y temporal entre los diferentes lugares que componen cada objeto geográfico (por ejemplo, entre un centro de negocios y los barrios residenciales, en el caso de una ciudad; o entre el centro de una ciudad y las zonas agrícolas, de ferias o de recreación que la rodean en el caso de una región; o entre sedes sociales y filiales, clientes, competidores y proveedores, en el caso de redes económicas especializadas). Estas interdependencias que persisten en la duración justifican una representación de las entidades geográficas en términos de sistema. Se trata siempre de sistemas abiertos (incluso en el caso de islas), no solamente porque sus límites son fluidos, sino también porque varios tipos de interacciones espaciales pueden unir cualquiera de sus subsistemas con otros lugares o sistemas geográficos. Estas interacciones de más o menos largo alcance pueden interferir con la dinámica propia de un sistema geográfico. La multiplicación reciente de los lazos asociados a la mundialización económica y cultural da numerosos ejemplos de estos procesos de interferencia.
La idea de que se producen diferenciaciones geográficas, además de las ligadas a la desigual disponibilidad y utilización de los recursos, por la interacción espacial, ha sido sugerida desde hace más de cincuenta años (Ullman, 1954). Poco después, T. Hägerstrand demostró, por medio de simulaciones con modelos estocásticos, que procesos de interacción espacial bastante simples podían dar cuenta de la difusión de las innovaciones en el espacio geográfico. Dos procesos principales de interacción fueron identificados para explicar los modos de difusión de una variedad muy grande de cambios sociales: la difusión por contagio, que procede por contacto directo entre las personas y que tiende a producir una homogeneidad espacial por contigüidad, puede explicar no sólo la propagación de enfermedades, sino también la progresión de la segregación social en una ciudad (simulación de la extensión del ghetto negro de Seattle, por R. Morrill), o a otras escalas de tiempo y espacio, la difusión de la agricultura desde el Medio Oriente hasta Europa Occidental; un proceso de difusión jerárquica caracteriza a la aparición más dispersa de la innovación en los centros urbanos mayores, donde se localizan los adoptantes potenciales, que participan en redes de información de más largo alcance, y explica la evolución espacial de numerosas innovaciones económicas o culturales.
Contrariamente a las teorías económicas clásicas que prevén a término la convergencia (la igualación) de los niveles de satisfacción o de productividad entre regiones, la teoría geográfica de la difusión prevé tanto el mantenimiento como la recuperación o la acentuación de las desigualdades anteriores. La capacidad para explotar las ventajas ligadas a una adopción precoz de la innovación depende frecuentemente de la acumulación anterior (capital) y de la complejización social (capital humano) de la entidad geográfica colectiva, pero puede también surgir en ciertos lugares por el hecho de la intervención de ciertos actores. Ya se efectúe por contagio o jerárquicamente, la difusión no produce los mismos efectos sobre las localizaciones, según el momento en que interviene en la evolución de los lugares, y también según las diferencias de estado entre los lugares puestos de este modo en relación (ejemplo de la colonización).
En gran medida la evolución de las entidades geográficas está forzada por la de otras entidades, según un principio de competencia-emulación. La competencia con otras entidades ligadas a la apertura de los intercambios parece favorecer la producción de innovaciones, la cual acelera a su turno las transformaciones del espacio geográfico. En este contexto de evolución conjunta, las entidades geográficas se transforman según una lógica de expansión, agrandan su territorio por depredación (formación de los reinos y los imperios), desarrollan su riqueza agrandando su «parte de mercado» en uno o varios sectores de actividad, extienden su dominación intelectual difundiendo sus modelos culturales, etc. Esta dinámica expansiva es controlada por procesos de regulación interna (disponibilidad de recursos, cohesión social), pero sobre todo por la evolución de otras entidades (en este sentido se trata de autoorganización). En este proceso, las relaciones asimétricas ligadas a un dominio, político, militar, económico o cultural son la regla, el intercambio desigual que profundiza las desigualdades entre las entidades, las cuales avanzan a menudo sobre las formas de cooperación que tienden, por el contrario, a acercarlas.
Esta dinámica relativa, que modifica las dimensiones, las desigualdades y las diferencias cualitativas entre las entidades geográficas, produce una dinámica de conjunto del sistema Mundo caracterizada por dos tendencias: por una parte, una tendencia a la homogeneización del funcionamiento de la espacialidad de las sociedades, que tiende en todos lados a reducir la heterogeneidad de la extensión (H. Reymond) y a imponer normas antropológicas en el planeta y, por otra parte, una tendencia a la acentuación de las desigualdades (D. Harvey) en términos de potencia (Estados), de concentración (ciudades) y de niveles de vida (regiones ricas y pobres, en la escala del Mundo).