Domesticación, Neolitización

Un proceso esencial en la historia de las sociedades fue el paso de una economía de recolección (caza, recolección, pesca) a una economía de producción voluntaria de ciertas plantas y de ciertos animales. En un número restringido de lugares de la Tierra, ciertas sociedades, sometidas a tensiones particulares, inventaron el dominio de la reproducción de especies vegetales y animales. A partir de esos lugares se difundió esta nueva relación con la naturaleza, ya sea que las sociedades convertidas en sociedades de agricultores y/o de pastores se fueron expandiendo (en gran parte gracias al potencial demográfico que su nuevo modo de producción, de alimentación y de materias primas permitía), ya sea que sociedades vecinas, todavía paleolíticas, hayan adoptado, por su propia voluntad o por la fuerza, este nuevo modo de vida.
El término «neolitización» para designar a este proceso de domesticación, deriva de «Neolítico» o Edad de la Piedra Pulida, palabra inventada por los prehistoriadores del siglo XIX para caracterizar el tipo más reciente, en Europa, de industria prehistórica (de producción de instrumentos de piedra), justo antes de la Edad de los Metales. Es un hecho que hay una coincidencia, alrededor del Mediterráneo, entre estas dos cronologías, la del pulido de la piedra y la de la domesticación de plantas y animales. Pero esto no tiene nada de universal. Sería entonces más lógico designar este cambio decisivo con el término «domesticación». Sin embargo, la expresión «revolución domesticadora» correría el riesgo de no ser bien comprendida. Inversamente, el término «revolución» debe guardar todo su sentido de cambio histórico mayor e irreversible, incluso si se trata de una transición larga y compleja. En efecto, a pesar de algunos casos marginales de retorno a situaciones de caza y de pesca (la sociedad de las islas Chatham, en el Pacífico meridional, por ejemplo), el proceso de domesticación se produjo sin hacer marcha atrás. La razón principal reside sin duda en la importancia del aumento de la población que acompaña, en forma sistémica, al crecimiento del dominio de la naturaleza.
Los lugares de la neolitización primaria son poco numerosos y cada uno comprende sólo un pequeño número de especies.
• En primer lugar, la Medialuna Fértil (10000 BP, al menos): allí se domesticó la familia de los trigos, pero también la cebada, los guisantes, las lentejas, el lino y la vaca, el cerdo, la cabra, el asno y el carnero.
• El norte de la China (8500 BP): mijo, repollo y, sin duda, también el cerdo en forma autónoma.

• México (8000 BP o antes): sobre todo maíz, pero también ají, aguacate, calabaza, frijoles, algodón y pavo.

• Los Andes (6000 BP): primero la papa, luego la llama y el cerdo de la India.
Las domesticaciones citadas no son más que las primeras detectadas. Seguirán tantas otras, como el cacao o la vainilla sobre el litoral del Golfo de Méjico; el proceso, además, no ha cesado jamás, las fresas cultivadas son un logro de los monjes de la Edad Media. Inversamente, la domesticación pudo comenzar antes de la neolitización, con el perro derivado del lobo. Este último ejemplo muestra que la domesticación es siempre un proceso de transformación profunda de las especies; los OAGM no son tan nuevos…
Los hogares citados arriba no son ciertamente los únicos. Pero para los otros lugares, es difícil saber cuál ha sido la proporción de la difusión espacial y la de la innovación propiamente local. Es muy probable que, una vez conocidas la agricultura y la ganadería, esto pudo sugerir domesticar especies nuevas. De este modo, un área secundaria ha desempeñado un gran papel, la del Asia del sudeste; de allí son originarios el arroz, el banano, la caña de azúcar… A la del sur del Sahara se deben el sorgo, el mijo, el arroz africano, el ñame. De América del Norte es originario el tornasol. Pero cabe hacer una mención particular del hogar neoguineano. Efectivamente, en las altas montañas de Nueva Guinea existen ciertamente de forma muy independiente sociedades que domesticaron el taro y tal vez el cerdo.
La localización de estos hogares principales y secundarios tiene una geografía. Dependen doblemente de las condiciones naturales locales, pero también de las lógicas espaciales que afectan a las sociedades que los produjeron. Primero, para que haya habido una domesticación, fue necesario que hubiera una «oferta»; ahora bien, pocas especies, vegetales y más aún animales, eran susceptibles de ser utilizadas por las sociedades. Las plantas capaces de ser fácilmente transformadas y de guardar hereditariamente sus nuevos caracteres, más aún capaces de concentrar suficientemente cualidades buscadas no podían ser naturalmente numerosas en un mismo lugar. Es aún más evidente en los animales: no hay un gran número de especies de grandes mamíferos y todos no son domesticables. Como la geografía natural de las plantas y de los animales dependía en sí misma de difusiones anteriores, no sería nada sorprendente que la disponibilidad más grande haya estado en los lugares donde se hayan cruzado los ejes de difusiones más numerosos, es decir, en el límite de Eurasia y del África. Por otra parte, el paso a la agricultura necesitaba igualmente la posibilidad de organizar sobre distancias relativamente cortas complementariedades de producción.
Pero todas estas condiciones naturales, contextos posglaciar, plantas y animales domesticables, variedad de medios, abiertos a ejes… no pueden ser suficientes. No es, por otro lado, la primera vez que las sociedades se encontraron en condiciones similares. Es necesario entonces suponer en estas sociedades una evolución interna que las torna igualmente capaces de volverse domesticadoras. Y esta evolución no podía hacerse en cualquier lugar. Hay visiblemente una relación con las densidades preexistentes a los procesos, las cuales dependían a la vez de las posibilidades de caza y de recolección locales, y de las movilidades geográficas anteriores de las sociedades.
Un aspecto esencial de la domesticación es la modificación de la geografía de las sociedades. Dos caracteres son en general correlativos con el proceso: la densificación y la sedentarización. La producción de grandes cantidades de alimentos permite a los grupos humanos ser más numerosos y, recíprocamente, este mayor número necesita desarrollar la agricultura. Las nuevas formas de producción no solamente necesitan menos movilidad que la caza o la recolección, sino que, frecuentemente, imponen la sedentarización para permanecer próximas de los campos y de los vergeles, o de los ganados. Solamente las sociedades que se especializaron en la ganadería guardaron – e incluso, tal vez, desarrollaron formas de movilidad más próximas a las de las sociedades de cazadores. A partir de la sedentarización se infieren modificaciones profundas de la geografía de las sociedades. Con el pueblo (se considera generalmente que Catal Höyük, en el sur de Anatolia, es el más antiguo pueblo identificado -9000 BP-) aparece la posibilidad de almacenar mucho y durante mucho tiempo; las consecuencias que se desprenden de esto son considerables. Por otra parte, la apropiación de los campos y de los árboles no podía asemejarse a la de los terrenos de caza o de recolección; la territorialidad de las sociedades se transformó.
A diferencia de las sociedades más antiguas de depredadores que apenas podían acumular conocimientos de lo ideal, con la domesticación aparece una geografía de la acumulación de las riquezas materiales, las cuales, a su turno, autorizan otras acumulaciones. Luego de la agricultura y el pueblo, están la ciudad y el Estado, la escritura y la moneda… En resumen, la neolitización es realmente un momento esencial de aceleración de la geografía.
Ver tambien:
Naturaleza y cultura

 

Referencias:
-Jared Diamond, De l'inégalité parmi les sociétés. Essai sur l'homme et l'environnement dans l'histoire, Gallimard, NRF essai, 2000.
-Marcel Mazoyer, Laurence Roudart, Histoire des agricultures du monde. Du néolithique à la crise contemporaine, Seuil, 1997.
-Jean Guillaine, La mer partagée. La Méditerranée avant l'écriture, Hachette, 1994.