Lugar alto

Si uno se atiene a la consideración que la Geografía hace de este concepto, un lugar alto es ante todo un lugar, localizado (en la realidad o en el mito) y nombrado. Es alto, es decir, «elevado en la escala de los valores» (Rey A., Dictionnaire historique de la langue française, 1994, p. 1127). Esta «altura» procede de su distinción social y física: el lugar alto es a la vez reconocido por una comunidad y materializado frecuentemente por una superestructura o una forma natural que permite identificarlo fácilmente en el paisaje.
La expresión lugar alto (sin guión), inventada en 1691, designa entonces «la altura sobre la cual los judíos elevaban altares y hacían sacrificios». De entrada, lo esencial que estructura a la acepción contemporánea se ha fijado: un lugar, una apropiación y una práctica colectiva, las formas de sacralización.
A diferencia del lugar que puede enviar a la esfera íntima, el lugar alto implica una inversión colectiva que reviste un carácter más o menos sagrado. La importancia de la comunidad involucrada y la intensidad sagrada de la relación permiten jerarquizar los lugares altos y establecer un continuum del lugar al lugar alto. Una relación superficial, temporaria y limitada a un grupo pequeño hace trivial la localización; es así como, tal vez por abuso del lenguaje, un lugar de la ciudad rosa a la moda será calificado como «lugar alto de las noches tolosanas», o el estadio de Francia de Saint-Denis podrá transformarse en el lapso de un fin de semana en un «alto lugar de la escapada». En la otra extremidad del espectro, de La Meca a Roma, Jerusalén o Benarés, los altos lugares por excelencia son religiosos. Se puede agregar aquí que trascienden las fronteras culturales: «Ayer’s Rock in the heart of Australia (…) dominated the mythical and the perceptual field of the aborigines who lived here, but it remains a place for modern Australians who are drawn to visit the monolith by its awe-inspiring image». («La roca de Ayer, en el corazón de Australia, (…) dominaba el mítico y perceptivo campo de los aborígenes que allí vivieron, pero ésta me rememora un lugar hacia donde son arrastrados los australianos modernos para visitar el monolito por su imponente imagen»). (Yi-Fu Tuan, 1974 )
Un lugar alto está organizado alrededor de un hito espacial -un edificio, una cima, una estatua-, porque la forma, tal vez simplemente la silueta, es un elemento de identificación esencial. A diferencia del lugar de memoria, el lugar alto encierra una connotación positiva, y contrariamente al lugar trivial, porque debe distinguirse y distinguir a una comunidad, el lugar alto es frecuentemente un lugar elevado. Es el caso de Ayer’s Rock, la montaña sagrada de los aborígenes australianos, que contrasta con el medio ambiente desértico, o de los monasterios pónticos, luego macedonios, de los griegos del Ponto, todos situados sobre puntos altos (Michel Bruneau, 1999, Du Pont à la Macédoine : les grands monastères grecs pontiques marqueurs territoriaux d’un peuple en diaspora, en Bonnemaison y otros, Les territoires de l’identité, L’Harmattan).
El lugar alto estructura al espacio por el sesgo de prácticas de peregrinación. Cuando éstas son importantes, afectan a las actividades económicas, a las redes y los lugares de rupturas de carga. Es el caso de la región de Lourdes, que acoge a más de seis millones de visitantes por año.
La territorialidad de una comunidad se apoya principalmente en los lugares altos. Además de su dimensión simbólica, son a la vez señales e imanes hacia los cuales convergen aquellos que los reconocen como tales. Un lugar alto único o dominante es el verdadero corazón del territorio de la comunidad: de allí surgen las posiciones de centralidad: el «centro vacío» de Tokio o el centro mítico de la Guyana. (Emmanuel Lézy, 2000, Guyane, Guyanes, Belin).
Historia
El interés de los geógrafos por los lugares altos es reciente. En el marco de una tradición realista, la mayoría de los geógrafos vidalinos no toman en cuenta la dimensión simbólica y/o mítica propia de estos lugares. De este modo, Jules Sion sugiere «señalar la regularidad de las pendientes» del monte Fuji (Géographie Universelle, tome IX, 1928, p. 194) allí donde un geógrafo contemporáneo (Felipe Pelletier) evocará la cultura japonesa y una «fascinación por la forma cónica» (Géographie Universelle, Chine, Japon, Corée, 1994, p. 263); o Raúl Blanchard, quien, cuando consagra algunas líneas a La Meca, se atiene a la presentación del sitio, de la situación, luego de consideraciones generales relativas a las consecuencias económicas de la peregrinación (Géographie Universelle, tomo VIII, 1929, p.172).
En 1952, Éric Dardel, en L’homme et la terre, realiza una aproximación al concepto de lugar alto -sin emplear el término- por medio del estudio «de las regiones donde se condensa lo sagrado, donde se manifiesta con insistencia. Montañas sagradas como el Fuji-Yama (…)» (p. 75). Él muestra cómo los lugares sagrados estructuran las territorialidades, orientan y califican el espacio, ya sean reales o míticos.
En el mismo año, en un registro totalmente distinto, Jean Gottmann, en La politique des États et leur géographie, se dedica a explicar la compartimentación del mundo habitado por la existencia de iconografías, es decir, de símbolos ideales y materiales compartidos por una comunidad. Su propósito sigue siendo general, pero, como Dardel, propone un marco de estudio posible para los lugares altos.
A fines de los años 1960, se desarrolla en el mundo anglosajón la corriente de la humanistic geography (geografía humanista). Algunos autores, Eduardo Relph o Yi-Fu Tuan entre otros, realizan trabajos sobre el concepto de lugar (place) que integran la reflexión sobre el lugar alto sin convertirlo por ello en un objeto de estudio central. No existe, por otra parte, equivalente en inglés para el término de «lugar alto». La expresión public symbol (símbolo público) empleada por Tuan parece la más aproximada.
En Francia, el campo de la geografía cultural se desarrolla a principios de los años 1980. L’Espace Géographique publica un número consagrado a «La aproximación cultural en geografía» (nº 4, 1981), y Joël Bonnemaison, en su artículo Voyage autour du territoire (Viaje alrededor del territorio, p. 249-262), introduce el concepto de geosímbolo. Define a éste como: «un lugar, un itinerario, una extensión que, por razones religiosas, políticas o culturales toma en los ojos de ciertos pueblos o grupos étnicos, una dimensión simbólica que los complace en su identidad.»
El sintagma «lugar alto» aparece en los textos geográficos a mediados de los años 1990. Luego de algunos sociólogos y antropólogos, los geógrafos (A. Berque, B. Debarbieux, G. Di Méo, P. Gentelle y J.-L. Piveteau) proponen reflexiones específicas. En los trabajos contemporáneos de geografía cultural, sin hacer forzosamente referencia explícita al concepto, el espíritu de los lugares altos está presente a menudo.

 

Referencias bibliográficas:
-DARDEL É. (1990, 1 ed. 1952), L'homme et la terre. Paris: Ediciones del CTHS.
-DEBARBIEUX B. (1993), Du haut lieu en général et du mont Blanc en particulier. L'Espace Géographique, n°1, p. 5-13.
-GENTELLE P. (1995), Haut lieu. L'Espace Géographique, n°2.
-Yi-Fu Tuan, 1974, Space and Place: humanistic perspective, Progress in Geography, p. 211-252.